Zumatra y la mecánica de tu corpiño

© Walter Iannelli, 2005
© Ediciones de La Cultura, 2005.
isbn 987-05-0323-3
80 páginas. 13 x 20 cm.
www.lacultura.com.es


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“Usted, al despertarse esta mañana, / vio cosas, aquí y allá,/
objetos, por ejemplo./ Sobre su mesa de luz / digamos que vio una lámpara, / una radio portátil, una taza azul./ Vio cada cosa solitaria / y vio su conjunto./ Todo eso ya tenía nombre. / Lo hubiera escrito así. / ¿Necesitaba otro lenguaje, / otra mano, otro par de ojos, otra flauta?/ No agregue. No distorsione. / No cambie / la música de lugar. / Poesía / es lo que se está viendo.”
Joaquín Giannuzzi



Los que esperan en Zumatra

Alguien llama a una puerta de Zumatra y nadie atiende.
Alguien sigue llamando a pesar de todo.
Llama con las manos con las aldabas
y con la oscuridad que
le viene de la lluvia
de los búhos.
Alguien llama pero no espera que le abran
porque en Zumatra siempre es tarde
y hay ojos en las paredes que se ríen del que espera.
En Zumatra se bajan las celosías y
los belfos de los caballos exhuman el aire
le dan olor a entierro.
Los pabilos no se protegen
y apenas se reconocen las caras de los amigos.
Entre ellos se miran sin indolencia
y se apiadan mutuamente de sus vidas.

Cuando sale el sol en Zumatra
siempre alguien espera en la puerta de alguien
y las mujeres pasan como correlimos rumbo al mercado.
Ellas aparecen cantando entre dientes
una canción que aprenderán los chicos
y que muy pronto se llevará el viento.
Habrá un ajetreo de puertos y el murmullo de las máquinas
irá creciendo como una nube de mosquitos.
Luego el sol se irá de a poco
y sólo se oirán los últimos silbatos de las fábricas
y los que esperan se incorporarán sobre sus plantas
remendarán sus llagas
y con la primera oscuridad
volverán a golpear las puertas cerradas
para que nadie les abra.



“Todos los días amanezco a ciegas
a trabajar para vivir..."
César Vallejo

Lucidez del vidrio

Lavo la vidriera a la mañana
y me siento a mirarla.
Del otro lado calle y gente
calle y gente.
Demasiado claro
demasiado cerca el mundo.
Un encanto opresivo
dual
me lleva siempre
a ensuciarla de nuevo.
Reptiles que no hacen equilibrio
sobre sus cuchillos.

Entonces pego en el medio del vidrio un
pequeño cartel
-vuelvo en un minuto-

y así
moscas, hollín mediante
se va haciendo otra vez la vidriera.

Cartel y suciedad
la traen a mis ojos
que no quieren mirar a través.
Apenas detenerse en el espesor
en su inmaculada prepotencia
su más atinada refracción.
Contención del vidrio en su impostura mediata
en su lenta opacidad prefabricada.

Vidriera chupete
Vidriera estilete.
Lucidez del vidrio que no cesa.



El repasador de Mamá

Mamá hizo pollo al horno y se limpió las manos.
Si la historia del mundo está en la manija de una taza
el universo vive en el repasador de la vieja.
Un choque de Galaxias
un caldo primordial
la representación del total
en un cuadrado de tela.
(¿El ojo de mi hija visto por el Dr. Umpiérrez
a través de una lámpara de hendidura?
¿El ventilador centrífugo que convierte lo chico en lo grande?
¿La piletita centrípeta llevándose las miguitas,
haciendo de lo grande lo chico?
Iguazúes que se comen la ceguera
la luz.
Una gota de sangre que de pronto es la pared roja
donde cuelga tu foto de casamiento.
Un mundo adentro de otro.
El dinosaurio Barney naciendo en el útero de una hormiga.
La ecografía de esa hormiga que pisó la cabeza de Dios.)
El repasador de mamá.
Qué grande la vieja.


Memoria de la Carne
Pongo carbón
papel
y enciendo el fuego.
Después del primer vino
flota en el aire
-a la luz del hierro caliente-
el olor a grasita chamuscada de viejos asados.
Fantasmas que en su gotear
son
el perentorio ahora de mi nariz

domingos o lunes o jueves
que se funden en el aire
en el acto único de mirar las chispas
teofanía del presente.

No hay nada que decir del tiempo.
Parece que se mueve
pero se queda ahí
por ejemplo
agarrado a los fierritos de una parrilla.



Poema mínimo para mi sicoanalista

Por ansiedad
gozo
todos los días un poquito
por no poder
o no saber
esperar
el goce completo.

Y entonces algún día moriré
de sobredosis de abstinencia.



Un día en Zumatra

Un día en Zumatra
sin piel que cubra las cosas
sin bisagra.
Un día en Zumatra para comprar
flores sin destino

un río un mapa un zumatrino.

El corazón media en sus
raíces y no hay
cómo detenerlo.
Las nubes, por ejemplo, están.



La Mecánica de tu Corpiño

Conocer
con los ojos cerrados
la forma en que el mundo opera
es un suave secreto.
Decreto que en su mera operación
descifra la enjundia
la oscuridad de esos ganchitos
guardianes
ante la ley de tu espalda.

No hay mejor modo que
con los ojos cerrados.
La mecánica y la física en la sublimación
de pequeños metales incandescentes
negándose a liberar
las fuerzas ocultas de tu universo.

Mis dedos no ven.
Todo es olor
humedad
viento fresco que mueve las cortinas
en la ventana.
Será la imposibilidad
un roce de tela sobre piel
un ciego que disfruta ser visto.


 

El que sabe en Zumatra

Quién podría contestar sino
Yo, que inventé el tiempo
y pedí premura.
Yo, que prohijé
y tuve olvido.
Yo, que construí infinito
y medí el paraíso.
Yo, que hice luz y
propuse infierno.
Yo, que te di instinto
y pedí mesura.
Yo, que no contesto preguntas.



Los lavanderos de Zumatra

Nuestro brillo es matar
mugre contra mugre.
Tanteamos en la oscuridad
desciframos las siglas del detritus
cotidiano.
Traductores eternos de un idioma
vicario de la piel
decantado en ropas.
Un fin de la cadena.

¿Mientras fregamos quién nos mira?

Sanguijuelas en su fiel precipicio
hablando a media voz
por los rincones.

Somos los lavanderos.
Nuestro brillo es matar
gestos
que quedan en la ropa
que se desprenden como hormigas.
Canciones no cantadas
Fantasmas laterales.

La herramienta es la furia
ese tramo de agua del que
ya
nada sabremos.

La tarea
devolver prendas sin restos
de pertenencia.

¿Quién irá a buscar en cloacas
la vida más importante?
¿Quién sino nosotros
pequeños vampiros de urbanidad?

(Nos sigue una horda que blasfema: ¡Por el orto, por el orto!
Pero no hacemos caso.)

Nuestro brillo es matar
mugre contra mugre.
En el jabón
encontraremos aliado
para limpiar al mundo de historia

mercaremos camisas limpias
con perfume a olvido.

El trabajo del verdugo
filo contra filo.



Cine de los ojos cerrados

Luz y pasto verde
en la casa de tío Vicente y madrina Bárbara.
La mesa de madera rústica al fondo de la casa
bajo el alero
el pan, las sillas de paja.

Las gallinas picotean la tierra
los caballos duermen parados contra los árboles.

La calma es azul y el tío Vicente levanta en su brazo
la mulita despellejada.

—Decile a papi que es conejo, si no, no va a comer —me dice mamá
y yo asiento con la cabeza.

Por el hueco de la puerta veo a mi madrina poner
leña en el hornillo de barro.
Sus manos se mueven aquiescentes
como el agua de lluvia que el viento inquieta
en el fuentón de lata.

Mi viejo se sienta a la mesa
juega con un pan
le saca la miga

todo el fulgor del mediodía
nos acusa
en el mantel
en los sonidos del campo que de tan nimios
parecen desgarrar un himen.

Mi hermana no quiere complicidades.
Va a ver si los higos están maduros.
A mí me perturba que un bicho cambie
de identidad en la cacerola.

Mentiras que nos dice la muerte.
Mamá corta queso y salame
el tío viene con las manos limpias
me acosa con un juego de naipes.
Y entonces la distancia me mira
como los gauchos de las fotos

puertas abiertas por donde entra frío
babas del diablo.

Madrina ríe con mamá
risas tan parecidas
vértice de una felicidad que
vuelve
siendo otra.
Y papá aburrido de cavar túneles en el pan
pregunta por el conejo.

—Una vez comí conejo. Creo que me gustó —dice.

La luz se apaga
siempre
en los mismos instantes.

Y vienen los títulos.



"Sólo fantasmas recorriéndonos hasta el final"
Néstor Mux

Las fotografías de Zumatra

Fantasmas recorriéndonos hasta el final
caras atrapadas en película
un instante antes o después de lo inalterable.

Las fotografías de Zumatra
se agrietan bajo el peso de su propio azogue
ante la mirada de quien las mire
de quien advierta en ellas esa oscura luz
que dejó escurrir el tiempo
donde no se debía.

Por eso se amarillean con apuro
como si quisiesen recuperar los movimientos robados
con una ansiedad que les apresura la vejez.
Entonces los gestos siempre son anhelantes
las manos siempre están pidiendo ayuda como
en un leprosario.

Las fotografías de Zumatra no se pueden mirar
porque después deviene un vacío
un ansia intolerable de caer dentro de ellas
y el miedo es tan profundo
que de inmediato cerramos los libros
los cajones
la verdad.



Efímera gloria de la mañana

Esa extraña lucidez
suave adrenalina
que
noticiarios
bocinas de autos
innumerables cigarrillos
van tornando en tibia moral.

Eso
que ceniciento de cenit
termina por abrumarnos a las tres de la tarde.

Eso que el transcurrir
nos quita de a poco
y vislumbra en la noche
una lluvia de apócrifos sitios
donde ajustar las tuercas
vampiros de whisky y leche
estorninos

Eso que nos despierta otra vez al día.
Visión de falso milagro.
Efímera gloria de la mañana.



El ciego de Zumatra

Su mirada se murió
de tanto gastar los contornos.
Ahora espera otra mirada
entorna los párpados
y sueña venir de la penumbra
chispazos de pedernal que
iluminen
gestos olvidados
otros párpados.

Parece que duerme
y sin embargo vive
una vida nueva
una nueva derrota.

No puede verse
moneda vuelta cara a tierra
luna enterrada en su barataria.
Se le pudrieron los ojos.
Ahora la luz acecha.



El carnicero de Zumatra

De día atiende una carnicería de barrio.
Corta milanesas
reniega con la grasa del asado.
Despacha el camión del matarife.
De día
malogra los mejores cortes
se mancha puerilmente con sangre
escucha a las viejas quejarse
de que el bofe para el gato
está abombado.

De noche escribe poemas en el lomo de las vacas.



Los consorcios de Zumatra

Un hombre alquila un local en un edificio.
Pone un negocio. Trabaja trabaja trabaja.
Guarda el dinero ganado bajo cerrojo
en una pequeña caja empotrada en la pared que da al patio.
Desde el balcón del cuarto piso
un vecino ocioso en camiseta
meta mate
aprende sus movimientos
lo ve resuelto
a cada rato
a confirmar la fortuna que se acumula en la gaveta.

No hay inquina. No hay codicia.

El de arriba se rasca los sobacos y vuelve al aprendizaje
el de abajo repite su acto varias veces al día.
El de arriba tiene un malvón rojo en una maceta
el malvón se muere, resucita, de acuerdo al sobrante de
agua en la pava.

Un día la maceta se eleva en las manos que acaban de dejar el mate
y se detiene en la cornisa descascarada del balcón.
El de abajo parece que trabaja.
Sigue saliendo a cada rato.
Mete la guita. Cierra con llave.
No hay inquina.
El malvón cada vez más cerca del vacío.
No hay codicia.
Otro día el de abajo sale y el de arriba le da el último
toquecito al destino.
El malvón vuela y vuela la maceta.
En el vértigo de la caída
la belleza de la flor se aminora
aumenta el peso específico de su continente.

El de abajo se despatarra llave en mano. Finado.
El de arriba siente que no ha podido evitarlo.

El detalle del dinero será un ardid
para que el de abajo salga al patio
suavizar el mensaje fatalista.
Pero el del mate: ¿Por qué mata?
Quizá porque estaba a mano hacerlo.

No hay inquina. No hay pasión.
Apenas lo indefectible.
Cosas que a simple vista parecen querer
cerrarse tarde o temprano.
El consorcio prohibirá flores en los balcones.



Misterios de lo sólido y lo gaseoso

Te confieso:
no sólo la vida no es lo que soñamos
sino que
a veces
los sueños
ni siquiera son lo que queremos soñar.

Te digo:
me mentiste
como sólo miente la verdad.
Pensé que eras un pedo
y con una sonrisa a flor de labios
me cagué.



Himno de Zumatra

Espadas
zarzas acostadas en el viento
somos en la herida
beatíficos sepultureros
y sostenemos
a la muerte
por el codo
un último instante.

Oh, no piensen mal los concretos
la muerte siempre nos vence
y nuestros fracasos
son alimento de la tierra
su perentoria fatiga.

Nos guarda un verso
una música
pero las mangas de nuestros sacos
están siempre sucias
tenemos mugre y olor a cebo en las
solapas.
Mentimos
y apenas la pericia en la derrota
nos lleva una vida.

Todo está hecho para concluir
las cosas buscan su vórtice
como
los
remolinos
y el verdadero pragmatismo
debiera advertirlo

entonces
seremos precursores
devendrá
una especie de renacimiento

nos harán fiestas
nos degollarán con el pico
del cisne estrangulado.



"...el silencio profundo sobre todos los puentes..."
Jacobo Fijman

Ficticia liberación de Tántalo

En el silencio
una calle vuelve de una noche sin regreso
tres baldosas han transcurrido y tu boca
brilla en la piedras.
Pero sí
no hay otra manera de besarte.

Ahora que todo tiene nombre
boca
memoria
ahora que puedo nombrarte
no te nombro.



El asesino de Zumatra

Hay una mancha de sangre en la pared
cerca de la ventana.
Pelos
pisadas
huellas dactilares
caca dura de perro.
Un orden inverso
teje la realidad en Zumatra
y se apiada del asesino.

Lo guarda en su blanca caja
y la muerte y la repetición
se ajustan en falsos sitios.
Superposición de movimientos
donde sólo coinciden
las palabras.



El mentón del cinocéfalo

Mi hija encuentra por ahí
un pequeño auto de juguete.
Lo sostiene
muerde las ruedas macizas
chupa las partes metálicas como si
se tratara de una galletita y le inventa usos
que le roban al aparato su proba y febril utilidad.
Ella no sabe
a qué atribuir mi extrañeza
cuando veo cómo, en sus manos
ese pedazo de historia de la humanidad
va perdiendo jurisprudencia sobre sus formas.
Ella no sabe
que la observo en su más perfecta belleza
llena de la efímera ignorancia
que el tiempo irá reemplazando
por geométricas leyes del conocimiento urbano.
Ella no sabe, y hace bien.



Después del sueño

Amanecen impropios.
Vacíos de costumbres en el cuerpo.
Previstos, acontecidos, sus mañanas y tardes adquieren
la manía de buscarme a diario en estas páginas.
Hojas de ruta anotadas sin nombre.
Hojas sin fechar
realidad en su punto de partida.
Después del sueño
les retornan duendes, escolopendras
marinos y prostitutas, comarcas y desiertos
leguleyos y Carontes.
Retazos de un idioma

rumores que el día
regurgita en dudosos vaticinios. Imágenes que configuro
a gusto para hacer más pretensiosa la espera.
Dura ley para esos rostros sin anteriores
ni cansancio ni fechoría.

Les rezuma
tibia leche en las manos y son en la resaca que despinta
ecos en la memoria
ojos que brillan detrás de sí mismos.

Porque todo en la vigilia
se aprende y olvida en el camino no quieren
dormir, o sí dormir el reverso de la noche
escuchar hasta el hartazgo
sus vagidos
partículas de un tiempo sin medida ni nombre que

inventaron para sí
tan
sólo

dioses solitarios caminantes de sus ruinas.

Sé que buscan conciencia para ver
ese párpado secreto abatiéndose sobre el pasado
ese párpado secreto que todo limpia todo quita

y andan con la rémora del día en que nada han hecho
espabilando los velos de la fatiga
como un vespertillo en el frío.

Cuando presienten su sexo
y llueven las frutas del deseo
Cuando esos viejos cuerpos purgan su hambre doblan sus huesos inflamados de naturaleza
se entretienen con modestos artificios, miden el aire
inventan el fuego.
Entonces me río con truenos y centellas.
De una imagen hago palabra y les recuerdo que el absoluto
es nada más que mío.

Para ellos sólo el hambre.
Deben vivir sobre. No tengo para darles un
tiempo que los desande ni pueda sostenerlos.
Que termine con la noche eterna.
Ella será tan larga como la vigilia.
Ella podrá esperar lo que nadie espera.

Sin embargo, soy considerado.
Cada día
cuando cierran un nuevo paréntesis de sueño
permito que mi visión los inunde:
asomado sobre el abismo más alto
abro mi ojo sagrado
y los llamo
por sus nombres.



"Sólo algunos llegan a nada, porque el trayecto es largo"
Antonio Porchia

Vísteme despacio

Me inquietan aquellos impulsos que
nunca llegarán a fin.
El inicio del movimiento en falso
gestos que van tejiendo el lateral
de una trama
que se sostiene en el aire posible.

Me gusta seguir los pasos
de esas coordenadas
salir a la calle
a ver cómo la nada opera su mecanismo ilusorio
vestirme con aquel costado inútil del desencuentro
con aquel saludo a nadie
que todos hacemos con los ojos bien cerrados.



Nunca es tarde

Ya sé
Primero el odio
después la lluvia que espera para
darse en andurriales
los truenos.
Nunca como hoy me vi
solo.
Una paciencia con el rostro beato de una vaca
los demonios.

Tenemos el olor de nuestra cueva en la mirada. Nunca
es tarde pues el sitio está vacío.
Siempre.



Los escribas de Zumatra

Los escribas de Zumatra no tienen paz.
Se pasan la mañana escribiendo
mientras cantan una canción:
"Hay que escribir
dulces notas desbocadas
en la noche de decir
de soplar el viento sonámbulo
sobre la carne
sobre la piedra.
Hay que escribir
perpetrar un verano imposible
y mirarlo con nostalgia
como a un árbol en medio del océano.”
Los escribas de Zumatra no tienen paz.
Por la tarde se apiadan
de la pobre gente que no tiene descanso.
Sucios en mercado
de sutiles latrocinios
lloran una lluvia ácida
que tiñe la tierra color espejo.
De noche se leen entre ellos
con ademanes de amantes oxidados
se embriagan hablan mal de los otros
acumulan adjetivos y descripciones inútiles.

Los escribas de Zumatra terminan bamboleándose
entre oscuros paredones de putas
y los últimos faroles los sorprenden con
los pantalones bajos
corriendo su ambarina blasfemia
en la cortés penumbra de los árboles.
Una bilis lenta que se arrumba en los cordones
y se pudre a la mañana con el agua jabonosa
que echan a la calle las lavanderías.




"...-De querer entrever qué dónde-..."
Samuel Beckett

El instrumental

Qué escribir
si una tumba es tan sólo eso
una lisonja contra el cuero
una arco y su flecha en el norte.
Qué si apetece el humor de la sangre
ríos de liviana espuma
bragas insolventes ojos
nubes que se muestran insolentes.
Para qué.
Para que un muerto se pare en un descampado
dando saltos entre el estiércol
para que la noche te diga:
conchapija
o se boicoteen nuestras miasmas salobres
sin ninguna última pena.

Un tipo lleva su diario
un perro lee sin anteojos.
Una pieza se asegura en su falso sitio.
El instrumental del día va afiatando su pasto seco
y de noche nos lo pasa por la cabeza.
Pero la vida.



Nos miramos como si recién hubiéramos nacido

Nos tocamos los gestos como ciegos
el todo y la nada
mojados
de terror
de sueño
y mil dientes blancos nos vuelven
al principio.
Tormenta
Fuego
libres de palabras
somos animales
belfos que resuellan
hedor
aquello de nosotros mismos
que se esconde
detrás de la historia.



1.
Queríamos tanto.
El blazer del colegio nos quedaba
siempre un número chico.
Teatro remoto donde
dormir el sueño de los justos

zapatos puntiagudos
gorras en los cumpleaños de quince

un mundo de siete
u ocho aristas:
tenis criollo en la calle
la frontera de las matemáticas

las tetas de S. D.

Y la pelota al pie
inexacta
vía libre al deseo
mano en la nada
que buscaba
en el barro memorial
una grieta
inmaculada de
ciega prepotencia
para guardar con algún orgullo
aquella foto en "Diario Popular"
donde viajábamos colgados de
un camión al obelisco
hechos una nube de banderas.

Necesitábamos héroes
Y ahí iban
pelota en lanza
reblandecidos de épica
a librar una batalla sin grises.

Epopeya de niños que
querían ser como Hércules
porque aún no se había caído el pelo
no habían tenido hijos
no habían perdido.


2.
Seremos
otra vez
once contra once
magnífica simplificación
de la vida.

Como en los genocidios aplastaremos al rival
si es necesario.
Reinventaremos la epopeya.
Reemplazaremos la guerra.

Con el traje que los muertos
los fracasados
los carentes
en la calle seremos miles
millones
golpeando cacerolas
agitando la bandera.
Algo nos unirá
por debajo de los zapatos.
Una fragua espontánea y sin nombre
nos hará un gol
una bala
más iguales que el otro.


 

Cupido en Zumatra

Ese camino siempre equivocado
siempre el más largo
y lo nocturno, que nos define.
Ves rodar el viento en el parque
afilando su acero en los árboles.
Ellos señalan el silencio, ellos nos ven.
A sus pies las hojas limpian su fuego nos llevan
de norte nos llevan
en un seminario de susurros
a su cuadrante mágico
nos dicen
que hay un minimal quejido en la tierra que
aún no escuchamos.
Que mi amor, pobrecita
no es esta noche
sobre las otras
no es esta noche pobrecita que Cupido
encontrará entre las matas de pasto
sus perdidos lentes de contacto.



Incendio mi casa

Me siento a esperar
a ver cómo arde mi casa.
Aún quiero conspirar
y alimento el fuego con ramas secas.
Algunos brotes crepitan chispas
el humo va tomando habitaciones con
la lentitud de lo urgente.

Me quedo mirando.
No pretendo ser feliz.
Más allá del fuego
otra cosa mantiene mi curiosidad
toda la noche:
Esa naturalidad con que el futuro
resulta inmune a las llamas.



Una ballena propia

El sueño de la ballena propia
te mantiene despierto.
Lógica de lo esencial
material de tormenta.
En un mar en penumbra
un único faro te guía
aún donde no falta luz.
Entre los riscos de agua
sal
y la ballena cada vez más lejos
cada vez más grande.
¿Habrá depositario que pueda contenerla?
Escuchá a esa maldita ballena
que vive en vos
y tan afuera.

***